domingo, 18 de enero de 2009

Ciudades dormitorio

Son las cinco de la mañana. Lilian recién se levantó y ya está preparando el desayuno para Mariano, su hijo que ya va a la universidad. Mientras él come, ella aprovecha para bañarse rápidamente y tal vez tomar luego una taza de café. Tienen que salir antes de las seis menos cuarto para encontrar el tráfico más o menos fluído. Ellos están entre los afortunados, pues hace algunos meses que tienen vehículo propio y ya no dependen del transporte público para movilizarse.
Dos horas y media después de haber salido, Lilian está en su escritorio en uno de los edificios del Centro Cívico. Antes debió dejar a Mariano en la universidad Landívar, donde él estudia Medicina.
Con un trajín como este inician su día casi todas las personas que habitan en las llamadas ciudades dormitorio, núcleos urbanos que se ubican en algunos municipios que rodean la ciudad de Guatemala.
No solo esto los agobia. A ello deben sumar las incomodidades de las áreas reducidas de sus viviendas -no más 35 metros cuadrados- que fueron apropiados mientras los hijos eran pequeños, pero que ya no son suficientes cuando éstos crecen y demandan sus espacios propios.
También los castiga el gasto para movilizarse, que les absorbe una gran porción de su presupuesto. Si utilizan el transporte público están obligados a tomar dos y hasta tres buses para sus trayectos de ida o vuelta. Los que poseen vehículo gastan más en combustible, pues las distancias que deben recorrer son mayores.
Hasta pagan mas IUSI (Impuesto Unico sobre Inmuebles) que otros con viviendas más grandes, ya que la mayoría compraron su vivienda con financiamiento bancario, por lo que la base del impuesto es mayor ¡y es la real!.
Si bien le va y no encontró muchos vehículos, Lilian llega a su casa a las nueve de la noche. Encuentra a Mariano ya preparándose para dormir, pero los dos desean compartir antes sus vivencias del día.
Media hora después, Lilian prioriza la preparación del almuerzo que llevarán al día siguiente sobre otras tareas, porque no tiene tiempo ni ánimo para más. Cuando puede irse a la cama ya son las once. Solo pone la cabeza en la almohada y se queda dormida. Para ella, y muchas personas más, mañana será otro día... igual al de hoy.

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